4 abr 2013. La Vanguardia. RAFAEL RAMOS. Londres. Corresponsal.
Un nuevo estudio de la BBC mide el capital social y cultural junto con la riqueza.
En un país como el Reino Unido, que bien entrado el siglo XXI es aún el
epítome del clasismo, no basta con una sola clase social (el objetivo
teórico del comunismo soviético), ni dos (la división histórica entre
ricos y pobres), ni siquiera tres (el consenso desde la incorporación a
los manuales de sociología de las llamadas clases medias). Para empezar a
hablar hacen falta por lo menos siete...
Un estudio de la BBC sostiene que en Gran Bretaña existen siete clases
sociales, siete, de acuerdo a un nuevo barómetro que mide no sólo
riqueza sino también estatus social, educación y cultura. Una auténtica
pesadilla para los políticos, a quienes para ganar elecciones ya no
basta con seducir a las clases medias.
En lo alto de la escalera están las “élites”, el grupo de privilegiados
que acumula más capital en todos los sentidos: económico, cultural y
social. Ahí están los aristócratas a la vieja usanza con mansiones en el
campo al estilo Downton Abbey o Retorno a Brideshead, políticos como David Cameron que
han estudiado en Eton y Oxford, y los detestados banqueros y ejecutivos
que cobran sueldos fabulosos y van a la ópera mientras a su alrededor se
desploma el mundo que hemos conocido, como si fueran los zares en la
Rusia de 1917 o el círculo de María Antonieta en la Francia
revolucionaria.
Y en el séptimo infierno, con las llamas casi en los talones, está lo
que los autores de esta clasificación definen como el precariado, aquellos que apenas tienen para sobrevivir, con una
dependencia casi absoluta del Estado del bienestar, sin estudios ni
interés alguno por la cultura (el fútbol, las conversaciones en el pub,
los culebrones televisivos o los reality shows no dan puntos en esta
nueva liga de las clases).
Donde surgen nuevas clases sociales como rosquillas es en el
medio. Primero, justo por debajo de las élites, aparece la “clase media
establecida”, con un nivel considerable de riqueza, que prácticamente
asegura a sus integrantes un futuro cómodo sin preocuparse por la
jubilación o los planes de pensiones de la empresa, o de tener que
vender la casa para comprar otra más pequeña en un lugar más barato. Se
pueden retirar con los intereses del capital acumulado, y seguir
alimentando su elevado interés por el teatro y la música clásica sin
meter mano a los ahorros. Socialmente son personajes respetados.
En el siguiente peldaño aparece la “clase media técnica”, un grupo
pequeño y muy específico que gana bastante dinero pero se caracteriza
por el “aislamiento social” y la “apatía cultural”. Son médicos,
ingenieros, arquitectos, abogados o funcionarios de alto nivel que
disfrutan de buenos sueldos y tienen sus ahorrillos, pero a quienes,
hablando en plata, les resbala el Werther de Massenet, les trae al pairo
La Montaña Mágica de Thomas Mann o el Ulises de James Joyce, se la
refanfinflan Rembrandt y Van Dyck, y no tienen ni idea de quiénes son el
barítono Leo Nucci o la soprano Angela Gheorghiou.
El concepto de “clases trabajadoras” ha pasado también a mejor
vida, y el proletariado de Marx se divide en “trabajadores acomodados”,
con un capital económico más propio de clase media, activos en la
sociedad y en la cultura; “trabajadores emergentes”, predominantemente
urbanos, que son relativamente pobres pero gozan de juventud y un
interés por el mundo que les rodea: y “trabajadores tradicionales”, que
tienen una edad avanzada y poco dinero en el banco, aunque viviendas de
un considerable valor en las que cifran su futuro.
En fin, todo mucho más complicado de lo que parece a simple vista.
Y mucho más complicado para los gobernantes, que no pueden engatusar a
tanta gente con intereses tan distintos. Un mundo de ricos, pobres y
clases medias era más sencillo.